
Por Roberto Coria
Ayer y desde 1924, gracias al decreto del presidente Álvaro Obregón, se celebró en México el Día del Niño. Por eso, hablemos de dos de sus mejores representantes.
En el imaginario popular siempre destacarán los cándidos juegos de Merlina (Wednesdy) y Pericles (Pugsley) Addams, quienes se regodeaban con venenos, tenían una pequeña guillotina, se sometían en una silla eléctrica, jugaban con dinamita o una muñeca decapitada. Según su creador, Charles Addams, la niña dormía en una cama con una cabecera con un tenebroso pulpo labrado, que es imposible desligar del famoso Cthulhu creado por Howard Phillips Lovecraft. Su relación fue fielmente retratada más en el cine que en la serie televisiva que todos adoramos. En Los locos Addams (Barry Sonnenfeld, 1991), ambos representan un homenaje a Hamlet de William Shakespeare. Mientras se enfrentan con espadas, él (Jimmy Workman) le corta la muñeca. La sangre fluye a chorros y salpica a los espectadores. Como respuesta, ella (Christina Ricci) le corta el brazo, con el mismo efecto. Él da el estoque final, que rebana el cuello de la pequeña. Mientras desfallece y baña de rojo a la audiencia, recita: “¡Dulce olvido, abre tus brazos!” Los asistentes permanecen mudos, horrorizados. En contraste, la orgullosa familia les aplaude de pie. Uno de los mejores homenajes al grand guignol que he visto en los últimos años.
Pero eso de ninguna manera es lo más sanguinolento relacionado con la infancia. Un ejemplo son los cuentos de hadas, en su forma original. Wilhelm y Jacob Grimm nos mostraron un universo plagado de mujeres perversas y ambiciosas, brujas caníbales, bestias terribles y todo tipo de atrocidades, muy lejano de la versión edulcorada y comercial que construyó Walt Disney en sus películas. Y es que la infancia es un territorio fértil para el horror. Lo demuestran, mejor que nadie, los niños de la calle, las víctimas de los apetitos non sactos de algunos miembros de la Iglesia católica o los sicarios pre adolescentes que conocemos por los medios de comunicación en tiempos recientes. Por los anteriores prefiero los territorios imaginarios de las historias que nos narraban nuestras madres antes de ir a dormir.
De niños malvados, en la cultura popular, tenemos incontables casos. Me viene inmediatamente a la cabeza La mala semilla (Mervyn Le Roy, 1956), basada a su vez en la adaptación teatral de Maxwell Anderson a la novela de William March, donde la inocente Rhoda (Patty McCormack, interpretada en los escenarios nacionales por Angélica María) comete todo tipo de atrocidades que dejan en manifiesto que la maldad está en sus genes. O el episodio Consciencia de la sexta temporada de La Ley y el Orden: Unidad de Víctimas Especiales, donde el pequeño Jake O´Hara (Jordan Garrett) asesina a su condiscípulo, hijo de un prominente psiquiatra (Kyle MacLachlan). El profesional pronto cae en cuenta de su naturaleza. “Es un sociópata”, dice aterrado. Acto seguido, toma el arma de un policía y dispara al menor. Tras ser enjuiciado y exonerado por el homicidio, el hombre admite que lo mató con plena consciencia. “La diferencia es que él volvería a hacerlo. Yo no”.
Por lo anterior, remato con un deseo: espero hayan sido generosos con los niños que les rodean en su día. Uno nunca sabe.
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Roberto Coria es investigador en literatura y cine fantástico. Imparte desde 1998 cursos, talleres, ciclos de cine y conferencias sobre estos mundos en diversas casas académicas. Es asesor literario de Mórbido. Es autor de las obras de teatro “El hombre que fue Drácula” y “Renfield, el apóstol de Drácula”. Escribe el blog Horroris causa. En sus horas diurnas es Perito en Arte Forense de la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal.