
Por Diego Merino
La horrorosa obra de Mary Shelley no es tanto sádica como sadiana. El culmen de la novela es un arrebato sadomasoquista como en pocas tragedias se ha visto. La creatura y el mismo Víctor Frankenstein son monstruos dolorosos. No es propio olvidar que en esta dialéctica patética existen dos quimeras cuya síntesis es la pena, el desencanto y la tragedia; desdicha ya enunciada por el Sileno: Lo mejor de todo es totalmente inalcanzable para ti: no haber nacido, no ser, ser nada. Y lo mejor en segundo lugar es para ti morir pronto.[1]
Pero antes háblese del Divino Marqués y su magnánima filosofía maldita para dilucidar el juicio expuesto.
Tras leer su brutal “metafísica”, o mejor dicho, ontología, es posible concluir que en Sade un coherente orden social es absolutamente extremista, como dice Michel Onfray, el mundo se escinde en dos instancias: fuertes y débiles, amos y esclavos, víctimas y victimarios, “o, en otras palabras, Sade y el resto del mundo”[2], en nuestro caso, Frankenstein y la creatura. De ahora en adelante se escribirá con mayúscula la “c” en Creatura con tal hacer una connotación personal del monstruo, o como lo llamara de pronto Mary Shelley, el primer ser.
Bien, pero ¿Por qué? ¿Por qué una sociedad sana se conforma de este modo? Pues porque:
“La mano bárbara de la naturaleza sólo puede nutrir el mal; el mal es su entretenimiento. ¿Tengo que amar a tal madre? No; pero la imitaré, detestándola sin cesar. La copiaré, como lo desea, pero la maldeciré incesantemente…”[3]
La naturaleza en Sade es asesina y nosotros los humanos los asesinados. Si un ser humano se comporta como la naturaleza, si sigue los designios de su naturaleza y estos impulsos son criminales mejor para él.
Los malvados libertinos en Sade cuando dan rienda suelta a sus pasiones horridas viven más ¿felices?, vale, viven más libres, menos tristes si se prefiere. Y lo mismo pasa con el que sufre las vejaciones, éste debe entender que con paciencia encontrará placer en el dolor. Bueno es para el esclavista esclavizar y bueno es para el esclavo ser esclavizado. Para el Divino Marqués natural y exquisito es que haya sádicos y masoquistas.
Lo socialmente permitido es antinatural para el Marqués de Sade: la moral, la religión, los estados puritanos, etc. Todos ellos son constituciones hipócritas y reprimidas. Lo único permitido es la Aristocracia desenfrenada o el bandidaje masivo. Estos “Seres únicos”, los héroes sadianos, aceptan, asimilan y subliman el designio terrible de la naturaleza, no juegan el juego de lo social y cumplen con el orden que el Universo tiene predeterminado desde el seno materno: El vacío tenebroso de una existencia violenta.
Así, Frankenstein y la Creatura son ejemplares llorosamente maravillosos para el ideal sadiano.
Víctor Frankenstein es un absoluto trasgresor de la Naturaleza, grita fuerte contra Dios y busca ponerse a su altura, absoluto defensor de una Voluntad de Poder anticipada a Nietzsche. Víctor Frankenstein en su pasión desenfrenada, como toda pasión hermosa, buscará glorificarse hasta la categoría de Dios.
En este sentido es Víctor el sadiano aristocrático en razón de su necesidad apasionada. La pasión de Víctor Frankenstein es una pasión absolutamente poética y genial. Poética en el sentido de poiesis, creación, y genial en orden de ser el grado más alto de locura. Al principio la moral de la época le hace dudar a Víctor si debe o no crear un ser como el que sus nuevos hallazgos le permiten crear, como buen discípulo involuntario del Divino Marqués manda al suelo todo prejuicio y da rienda suelta a su imaginación. Absolutamente antinatural sería haberse abnegado frente a la flamígera Voluntad de Dios teniendo los conocimientos que tenía, teniendo el pecho en llamas como lo tenía por su genial pasión, pasión arrebatadora que lo abraz(s)aba. Si tenía uno de los secretos mejor guardados por Dios, era necesario develarlo por cuenta propia, pero ¿por qué? Una vez más la pregunta, pues porque ser Dios implica la adoración: Una nueva especie me bendeciría como su origen y creador; muchas naturalezas excelentes y dichosas me deberían su ser.[4] No basta para nuestro hermoso poeta de la carne la transgresión de la creación sino que está dispuesto a enmendar los errores del Creador mismo.
Pocas cosas tan irresistibles como ser un Dios amoroso y verdugo al mismo tiempo.
En otra ocasión se habló sobre las implicaciones que se tienen al no saber cuáles fueron los artilugios de los que se hizo Frankenstein para la reanimación de la Creatura. He aquí el meollo de la tragedia. Es claro, si no le hubiera causado repugnancia la culminación del proceso no habría abandonado a la Creatura y no habría habido asesinatos ni demás cosas, pero elucubrar esto es faltar el respeto a la moira, al destino, y lo importante es la decadencia.
La Creatura merece un apartado especial para su momento del despertar, mismo que se tomará más adelante en otro momento. De mientras ésta, como su “padre”, busca ser, si no adorado, de menos querido; pero ¿qué es el querer sentirse querido, amado, si no es querer de suyo ser adorado? ¿ser un pequeño Dios para el otro?
La Creatura es igualmente sadiana, pero en un sentido menos aristocrático, más vulgar, menos sofisticado, mucho más brutal. En su naturaleza está el asesinar, el destruir, una extraña mezcla entre violencia y amor, él mismo lo refiere de este modo: Vengaré mis ofensas; si no puedo inspirar afecto, inspiraré terror.[5] La adoración por parte de los hombres sólo se consigue ofreciendo pánico y amor al mismo tiempo, los más grandes dioses de la historia siempre han inspirado tales sentimientos de esta forma.
Finalmente, tras mucho desasosiego, uno buscará destruir al otro en un vaivén espantosamente erótico. En definitiva la aberración que se guardan el uno al otro por sus crímenes recíprocos guarda un amor anhelante, un amor expectante, respectivamente, si el origen de la tragedia en Frankenstein o el moderno Prometeo está en el misterio de la reanimación, definitivamente encuentra su esencia en esta dialéctica erótica detestable: Creador y creado en un furor por destruirse se anudan y desanudan, se odian mientras se aman y se destrozan el alma a pedazos por temor a perderse.
Frankenstein y la Creatura como mórbidos representantes del Amor odioso. Amantes porque son odiantes.
Lo mejor de todo es totalmente inalcanzable para ellos, no haber nacido, no haber sido creados nunca, no ser, ser nada. Y lo mejor en segundo lugar es para ellos morir pronto y sin embargo, porque no son otra cosa que amantes fraternos, se siguen y buscan por temor a perderse, se persiguen y odian por temor a dejar de amarse.
Los libros:
Las referencias:
[1]Nietzsche, Friedrich, El nacimiento de la tragedia, Tr. Andrés Sánchez Pascual, Madrid, España, Alianza Editorial, 2007, p. 54.
[2] Onfray, Michel, Los ultras de las luces, Tr. Marco Aurelio Galmarini, Barcelona, España, Editorial Anagrama, 1ª edición, 2010, p. 284.
[3] Marqués de Sade, The 120 days of Sodom ando other writings, trad. de RichardSeaver and Austryn Wainhouse, Nueva York, Gorve Press, 1966, p.73 (Las ciento veinte jornadas de libertinaje, trad. De César SantosFontela, Cataluña Akal, 1978). Citado en: Singer, Irving, La naturaleza del Amor. Vol II. Cortesano y romántico, Tr. Victoria Schussheim, México, Siglo XXI editores, 1992, p. 386-387.
[4]Shelley, Mary, Frankenstein o el moderno Prometeo, Tr. Francisco Torres Oliver, Madrid, España, Valdemar, 1994, p.58.
[5] Ibíd. p. 139.
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