
Por Roberto Coria
Todo comenzó el idílico verano de 1974, el año previo al fin de la guerra de Vietnam y el mismo donde el trastornado joven Ronald DeFeo, Jr. asesinó a su familia en el pacífico pueblo de Amityville, Long Island, brutal suceso que discutiremos en un futuro no distante. Se trataba de una era convulsionada, plena de rebeldía y desenfreno. La odisea de cinco desafortunados jovencitos y su encuentro brutal con el horror es conocida por todos. Es la base de La masacre de Texas, cinta de culto coescrita por Tobe Hooper y Kim Henkel. El primero la dirigió con los recursos más humildes y un reparto de desconocidos. Han pasado 40 años desde entonces.
Si Michael Myers –la creación de John Carpeter y Debra Hill de la que hablé la semana pasada- da forma definitiva al asesino slasher, Leatherface –el macabro protagonista de Hooper y Henkel- le brinda los cimientos más sólidos. No sólo ello: marcó la estrecha relación entre el matón en turno y un instrumento de trabajo acorde con su personalidad. Myers usaba un cuchillo carnicero –como Norman Bates– , Jason Voorhees un machete, Freddy Krueger su guante con navajas en los dedos y, en el caso que nos compete, una enorme motosierra. Leatherface se ha colocado, con justicia, al lado de los grandes monstruos contemporáneos. Pero sobre este tema –el del arma blanca-, abundaré pronto.

Manuel Romo le dedica un amplio estudio en su libro La matanza de Texas: La sierra es la familia (Midons editores, 1988): “Nunca antes una película de terror de bajo presupuesto había provocado una conmoción tan importante como la que causó La matanza de Texas. El film de Hooper rompió todas las barreras habidas y por haber y lo que en principio era un producto fabricado con conciencia de asustar y hacerse un hueco entre las cult-movies rentables se convirtió en un pelotazo de taquilla, al tiempo que en un producto artie a tener en cuenta por los tótemes de la cultura más prestige como la Quincena de Realizadores de Cannes, que la seleccionó para su edición de 1974, o el mismísimo MOMA de Nueva York, que la acogió rápidamente en su patrimonio”. Su influencia en los modernos realizadores de horror es imposible de negar. La cinta, semejante a un documental, abre con una narración (con la voz de John Larroquette) que le da una verosimilitud inquietante pues pensamos que se trata de una historia real.
La masacre de Texas derivó cuatro desiguales secuelas que nada tienen que ver con la intención de la original, un logrado remake de Marcus Nispel en 2003 (con precuela incluida), una serie de cómics, un videojuego para la vieja consola Atari 2600 y, para las nuevas generaciones, una cinta más en tercera dimensión, La masacre de Texas 3D (Texas Chainsaw 3D, John Luessenhop, 2013). El filme tiene el mérito de ser una secuela directa del clásico de Hooper que olvida todas sus desventuras subsecuentes. Inicia el 19 de agosto de 1974, inmediatamente después del milagroso escape de Sally Hardesty (Marilyn Burns) y el bailecito iracundo al ocaso del matón de la motosierra que todos adoramos. Su guión recupera muchas de las convenciones del cine de su tipo –arrancó puede arrancar algunas risas- y provoca muchas interrogantes: si todo inició en 1974, y los hechos ocurren en nuestros días, su bella y joven protagonista Heather Miller (Alexandra Daddario) debería ser una bella cuarentona y no una chica en el ocaso de sus veintes. Pese a esto, el resultado no es peor que el de sus secuelas más cuestionables. Tal vez la peor de todas es La masacre de Texas: La nueva generación (Kim Henkel, 1997), con Renée Zellweger y Matthew McConaughey. Los protagonistas, hoy poseedores de flamantes premios Óscar, se esmeran por olvidarla. La aventura más reciente es una película inofensiva que no aporta nada al mito. En cambio abre las puertas para reactivar la franquicia. Podría pensarse que es un intento por jubilar a Leatherface, de pasar la estafeta a la sangre nueva, pero su lugar es irremplazable.
En breve podremos volver a ver La masacre de Texas en una flamante versión remasterizada y digitalizada, traída a México por Cine Caníbal. Sin duda es una película de culto que merece ser revalorada y disfrutada por los grandes públicos. Y más: ser conocía por las nuevas generaciones.
Y como colofón: recién leí en la página web de la revista Fangoria que se encuentra en desarrollo un proyecto para la televisión titulado Leatherface, en la misma tendencia de Bates motel y Hannibal. Tengan miedo.
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Roberto Coria es investigador en literatura y cine fantástico. Imparte desde 1998 cursos, talleres, ciclos de cine y conferencias sobre estos mundos en diversas casas académicas. Es asesor en materia literaria de Mórbido. Escribió las obras de teatro “El hombre que fue Drácula”, “La noche que murió Poe” y “Renfield, el apóstol de Drácula”. Condujo el podcast Testigos del Crimen y escribe el blog Horroris causa. En sus horas diurnas es Perito en Arte Forense de la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal.