Por Diego Merino

Mórbido Magazine habló sobre la tragedia del Monstruo Imhotep en su penúltima edición. Ahí, se dijo que habiendo transgredido a los dioses se convirtió en uno, oscuro y desdichado, si bien es cierto, pero divino y terrible también. Sin embargo, la tragedia de la momia se extiende mucho más allá de lo planteado.

Imhotep ha regresado después de 3700 años por la incauta intervención de un muchacho. Como los grandes acontecimientos de la historia un pusilánime hecho desemboca en un gran momento; para Imhotep este insulso chico en su curiosidad le ha brindado la posibilidad más increíble de todas: reencontrarse con . Finalmente podrá llevar a cabo el ritual que tanto ofende a los dioses, pero tanto agrada a su corazón. La resurrección de Anck-es-en-Amon no nada más es un anhelo inmortal, sino, pareciera, todo un designio del destino. Por alguna extraña razón, la azarosidad de la existencia tal vez, Imhotep ha despertado justo cuando la reencarnación de Anck-es-en-Amon está en Egipto. Anck-es-en-Amon bajo el nombre de Helen Grosvenor es una mujer libre y silvestre que desprecia lo contemporáneo. Pero antes de continuar es preciso que se analice lo que sucedido con Imhotep siglos atrás.

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3700 años en el pasado, tras ser condenado a muerte, Imhotep es sometido a un castigo todavía más terrible: La muerte de la muerte. Los sacerdotes verdugos que lo enterraron vivo borraron cada jeroglífico que le permitiera el acompañamiento de Anubis hacia Thot. Es probable que Imhotep fuera directo a los sombríos parajes del dominio de Seth y Neftis. ¿Qué cosas monstruosas vio ahí? ¿Qué oscuros secretos le fueron revelados? ¿En cuántos desiertos negros se perdió? ¿Cuántos oasis del inframundo sirvieron de espejo a su rostro demacrado? ¿Habrá Seth compartido enigmas con él? ¿Acaso Imhotep recibió todas las bendiciones de Neftis y por ello se gana la animadversión de Isis? No podríamos contestar a estas incógnitas, Imhotep, monstruo reservado e introvertido poco cuenta, poco dice, pero su silencio delata la melancolía de su alma. En su mirada cabizbaja está el reflejo de todos los horrores contemplados y el lacerante dolor de no poder estar con su tan amada Anck-es-en-Amon.

Este periodo en el inframundo es muy importante pues nos dice de un elemento clave: Imhotep en pleno siglo XX, bajo el nombre de Ardath Bay (nombre que asume después de su exhumación es un anagrama de “Muerto por Ra”), sigue siendo el mismo de hace 3700 años a diferencia de su amada que ha tenido oportunidad de vivir cientos de vidas a través de múltiples reencarnaciones. Ardath Bay ha pasado mucho tiempo entre los muertos, detesta el toque de los vivos (recuérdese ese “prejuicio oriental” con el que justifica el no dar la mano a nadie), su única ilusión es contemplar de nuevo a su amada. Ensueño que cumple al verla embalsamada en el museo.

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Pero Helen, aquella Neo/ Anck-es-en-Amon, ¿de qué va en la contemporaneidad de los años treinta? Es una mujer extraordinaria, rebelde, natural, amante y llena de vida, curiosa por los encantos del misterio. Ella misma asegura en la película que algo le llama del antiguo Cairo. Lo antiguo remite en ella arcaicos recuerdos de su vieja alma, pero también reafirma su largo caminar de reencarnaciones. Le repugna el nuevo mundo, será tal vez que profiere un desdén a la ciencia que explica y elucubra, será que siente hostilidad frente a la arqueología, irrespetuosa profanadora, será que la vida del hombre del siglo XX, enmascarada en la civilidad, le aburre y ahoga. Será todo eso al mismo tiempo, tal vez. Helen, insurrecta, en su actuar despide un fuertísimo halo de libertad sexual. La forma en la que se mueve, el modo en que habla, las maneras con las que se maneja: Helen Grosvenor es una mujer segura de su sexualidad. Ergo, no sólo es una mujer libre, sino que es un ser humano libre. Por tanto ella es apabullante, su sola y libre presencia es una afronta al pusilánime Dr. Muller. Helen Grosvenor ama tanto la vida como Ardath Bay la muerte, pues ha vivido tanto tantas veces, ha amado tanto y tantas veces que se ha enamorado por completo de la vida.

El momento del encuentro no se hace esperar. Mientras Helen baila contenta, nuestro monstruo dios la invoca a lo lejos, ella reacciona de inmediato, el hombre que más amado en su existencia toda le habla crípticamente. El filme continúa con un hermoso ambiente gótico, típico de los Monstruos de la Universal, y por fin se encuentran solos. Ni los embelesos del Drácula de Lugosi, ni la danza acuática del Monstruo de la Laguna Negra, pueden equipararse a la tensión sexual que se presenta en La Momia cuando nuestros amantes se encuentran solos. La mirada de Imhotep es simbiótica con la sensualidad de Helen, ambos generan la eroticidad que caracteriza a la necrofilia, es decir, la paradoja del Amor (necro)erótico: el canibalismo que quiere y no quiere, la muerte que se come a besos a la vida mientras ésta le devuelve alientos.

-Mi amor ha perdurado más que los templos de nuestros dioses, – asegura Imhotep, –ningún hombre sufrió jamás como yo sufrí por ti-. Qué va ningún hombre, ¡Ningún Monstruo!  Helen en regresión se reconoce como Ankh-es-en-amon. El vacío, no la vacuidad, existencial corroe las entrañas de nuestra heroína. Existe el conflicto entre la vida que vive como Helen que se reconoce a su vez como una y ella misma, y la vida de Ankh-es-en-amon que vive dentro de ella (y no nada más esta dualidad, sino de todas las vidas pasadas que ha experimentado). Son la misma en discordia y esta escisión la hace no estar segura de continuar su romance con Imhotep en esta vida. ¿Cuál es el problema? ¿Acaso ella no lo ama también? Sí, pero el Amor de Ankh-es-en-amon es un Amor elevado, un Amor que no todos los seres amantes entienden: el Amor que deviene y se transforma y transforma. El Amor a la vida que no se engancha ni estaciona.

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El espíritu de Imhotep, profundo, no tiene problema en la quietud y la permanencia, el espíritu de Ankh-es-en-amon, como Helen, es decir, reencarnada, se horroriza frente a esto. Pareciera que su Amor sostiene que ya le ha amado y que siempre le amará, pero que tras el ritual de trasferencia se compenetrarán en la eternidad y su Corazón corre el riesgo de caer en la indiferencia. Helen no es una villana descorazonada que abandona a Imhotep por miedo a la muerte, por supuesto que no, seria ingenuo pensar que teme a la muerte habiendo muerto ya tantas veces, amando pues tanto a la vida. El miedo, aunque no lo diga, radica en no amarlo para siempre. He aquí la paradoja tremenda del amor en estos dos seres. Mientras que para Imhotep el amor en unión permanente implica el amar toda la eternidad, para Helen el no compenetrarse para siempre faculta un amor eterno. Cuánto más aman los espíritus quietos a los libres cuando se les dejan ir y venir a voluntad a pesar de su terror.

-Perteneces a los muertos- le grita Helen, su amada Ankh-es-en-amon. En verdad que sí, Imhotep corresponde al inframundo, al amor en silencio. La gran tragedia de nuestro monstruo no está en no ser amado más, sino en ser amante. La momia deberá aprender a desembalsamar su decrépito, pero divino, Corazón.