Por Roberto Coria

Recibamos una dosis de realidad. En casi todos los aspectos vivimos tiempos difíciles. Atendamos sólo el aparentemente más inofensivo de ellos: el que tiene que ver con la creación y la producción artística. No hablaré de las incontables dificultades que muchos artistas de la actualidad tienen para poner en marcha un proyecto. En el género que nos interesa, el horror, autores como Joe Hill tienen una competencia relativa con los medios electrónicos y las nuevas tecnologías. Pero esa es otra historia. En otros campos la cosa es distinta. La semana pasada se difundió que Rick Baker, uno de los más talentosos artistas de maquillaje de la industria cinematográfica de occidente, tomó la decisión de retirarse definitivamente del medio. Tiene sólo 64 años de edad y una cauda de reconocimientos que van desde 7 prestigiados premios Óscar y una estrella en el Paseo de la Fama de Hollywood hasta un Doctorado honorario por una Universidad de San Francisco, California. Todos recordamos su ya mítica secuencia de transformación en Un hombre lobo americano en Londres (John Landis, 1981) o el igualmente legendario video musical Thriller (dirigido también por Landis en 1983) del desaparecido Michael Jackson. Baker culpa fundamentalmente a la voracidad de una industria que, en aras de obtener resultados más rápidos y económicos, privilegia a las Imágenes Generadas por Computadora (o CGI, en sus siglas en inglés) sobre los métodos tradicionales, como los animatrónicos y el maquillaje que tan bien domina. Incluso subastó su colección de 400 piezas los últimos días de mayo, como si se tratara de una venta de garaje.

CGI02 AN AMERICAN WEREWOLF IN LONDON, Rick Baker, left, applies makeup to Griffin Dunne, on-set, 1981, ©Universal/courtesy Everett CollectionCGI03

Aclaro que no estoy en contra de la modernidad. Existen casos verdaderamente sobresalientes donde los avances se ponen al servicio de una buena historia. El nivel de realismo alcanzado en películas como El Planeta de los Simios: (R)evolución (Rise of the planet of the Apes, Rupert Wyatt, 2011) o su secuela El Planeta de los Simios: Confrontación (Dawn of the planet of the Apes, Matt Reeves, 2014), difícilmente se habría alcanzado con técnicas convencionales, sin importar su eficaz ejecución. Así lo vimos en el trabajo que el mismo Baker realizó en el remake de El Planeta de los Simios dirigido en 2001 por Tim Burton. Sin cuestionar lo que vimos en pantalla, persistía la noción de que trataba de actores maquillados como primates.

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Cosa distinta ocurrió en Parque Jurásico (Steven Spielberg, 1991), donde la flamante tecnología computacional del momento se unió con fortuna con las monumentales creaciones del finado Stan Winston o en el reciente remake de El hombre lobo (Joe Johnston, 2010), filme que mereció a Baker su último premio de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Estados Unidos (si se mantiene firme en sus planes). Los ejemplos anteriores reúnen lo mejor de ambos mundos. Eso es costoso para las grandes productoras. Lo peor es que ellos lo ven como una dificultad. El cine es un negocio, cierto, y es justo que los estudios vean por sus intereses financieros. Pero la calidad de la esencia de los productos que ofrecen a los espectadores es cuestionable. En muchos casos semeja a la de una Big Mac con queso. Lo peor es que la consumimos, ávidos de más.

Los frutos del progreso no siempre son óptimos. En la indispensable Pesadilla en la Calle del Infierno (1984) Wes Craven decidió, con las “limitantes” de los recursos de la época, recurrir a una simple pared de látex para mostrar al demoniaco Freddy Krueger acechando a la desvalida Nancy Thompson (Heather Langenkamp) mientras duerme plácidamente en su cama. En su remake de 2011, su director Samuel Bayer recurrió a un efecto por computadora que por más que pretende autenticidad luce falso, inorgánico y sin personalidad.

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Dejo a un lado deliberadamente al alud de películas recientes donde sus “maravillosos” paisajes lucen por demás irreales, que incluso cansan visualmente al cinéfilo. Insisto. Todos los excesos son malos. Los rechazo enfáticamente. La resignación de Baker es completamente comprensible. Mi mayor molestia es que las circunstancias actuales orillen a alguien de su calibre –al dignísimo representante de un gremio- a tomar estas acciones, como si se tratara de un oficio obsoleto y rebasado. “Pude hacer mi última cinta, Maléfica, básicamente en una cochera”, declaró el artista con amargura. “Consideraré el diseño y consultoría, pero no creo que un gran estudio vuelva a darme trabajo. Es hora de salirme”.

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Roberto Coria es investigador en literatura y cine fantástico. Imparte desde 1998 cursos, talleres, ciclos de cine y conferencias sobre estos mundos en diversas casas académicas. Es asesor literario de Mórbido. Escribió las obras de teatro “El hombre que fue Drácula”, “La noche que murió Poe” y “Renfield, el apóstol de Drácula”. Condujo el podcast Testigos del Crimen y escribe el blog Horroris causa. En sus horas diurnas es Perito en Arte Forense de la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal.