Por Roberto Coria

Lo dije la semana pasada. La aportación más valiosa de la mítica cinta de Friedrich Wilhelm Murnau es la imagen repelente de su vampiro. La caracterización empleada por el actor Max Scherck semeja a un roedor de ojos furtivos, calvo, con pocos pelos en las sienes, cejas abundantes, orejas puntiagudas, nariz aquilina, largos dedos de enormes uñas, postura rígida y, sobre todo, con dientes incisivos afilados que sobresalen de su labio superior, lejanos de los colmillos que conocemos hasta la saciedad. La idea del vínculo con las ratas es muy pertinente si consideramos que la palabra eslava Nosferatu proviene, como también dije, de la voz griega nesufur-atu, que significa “portador de plaga”, como las que azotaron a la población de la Europa de la antigüedad. Definitivamente no nos encontramos ante el vampiro bonito y seductor al que estamos acostumbrados. Más de una mujer –u hombre, ¿por qué no?- sucumbiría, sin ofrecer la menor resistencia, si Bela Lugosi, Chistopher Lee, Brad Pitt o Colin Farrell se les lanzaran al cuello. En cambio, si Klaus Kinski o Willem Dafoe, recién salidos de la sala de maquillaje, intentaran hacer lo mismo, arrancarían –por lo menos- auténticos gritos de terror.

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La gran industria nos ha enseñado que los vampiros deben ser hermosos. ¿Pero qué pasa con los monstruos originales, los poco agraciados físicamente? Según el folclore, distaban completamente del encanto. Eran seres feos, más bien lastimeros, que tradicionalmente elegían víctimas que físicamente no les ofrecieran pelea, como ancianos o niños. Tradicionalmente, como nos ha enseñado la ficción, los Nosferatu prefieren ocultarse en las sombras por su aspecto. Reconocen su incapacidad para pasar inadvertidos entre los mortales. Mark Rein-Hagen, en su juego del rol Vampire: The Masquerade, los reconoce como parte de los 13 clanes vampíricos, que eligen auto exiliarse en las alcantarillas de las ciudades. No en la intención de ocultar su fealdad, sino como una estrategia inteligente de supervivencia. Son una de las estirpes más longevas, sabias y poderosas. Pero no por eso son menos feroces.

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Con alguna frecuencia, la televisión y el cine recuperan su imagen. Del afortunado remake –que demuestra que no todos son malos- dirigido por Werner Herzog en 1979 donde fue encarnado por un melancólico Klaus Kinski, su aparición –en la actuación de Reggie Nadler– en la miniserie televisiva de 1979 Salem´s Lot–basada en la novela homónima de Stephen King– de Tobe Hooper, la importante presencia de Daedalus (Jeff Kober) en la breve serie de televisión Kindred: The Embraced (1996), el ya mencionado Dafoe en la estupenda y laureada cinta La sombra de vampiro (E. Elias Merhige, 2000), el grandulón Robert Maillet –con la voz de Robin Atkin Downes– como el malvado Amo en el serial The Strain a Robert Nairne como el elusivo villano en la primera temporada de Penny dreadful, los Nosferatu han demostrado su valor. En lo personal son mis vampiros favoritos. No tienen tiempo para sutilezas o romanticismos. Son depredadores que sólo buscan alimentarse y afianzar el poderío de su clase.

Un proyecto aún no materializado del cineasta David Lee Fisher llama profundamente mi atención: otro remake de la obra de Murnau. Lo que particularmente me atraen son las fotografías de su protagonista: el experimentado Doug Jones. Su sola participación en el díptico Hellboy (2004 y 2008) o en El laberinto del Fauno (2006), ambas bajo la batuta de Guillermo del Toro, me hacen desear verla. Jones se ha caracterizado por su gran expresividad corporal para dar vida a personajes cubiertos de látex, así que creo que puede ser un grandioso Conde Orlock.

Por lo pronto me regodeo con el giro interesante que ofrecen Taika Waititi y Jemaine Clement en la hilarante joya neozelandesa What we do in the shadows (2014) –detesto su título en español, Entrevista con unos vampiros-. Ahí Petyr (Ben Fransham) es un Nosferatu de 8000 años, responsable de crear a los pintorescos ocupantes de ese departamento suburbano en Wellington. Reposa en una cripta en el sótano de la edificación, como todo vampiro respetable. Y cuando le despiertan hace lo que todos, vivos o muertos: gruñe y aterroriza al que osa interrumpir su descanso.

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Vale la pena profundizar en algunos de los especímenes que recién mencioné. Lo haré en entregas posteriores.

Roberto Coria es investigador en literatura y cine fantástico. Imparte desde 1998 cursos, talleres, ciclos de cine y conferencias sobre estos mundos en diversas casas académicas. Es asesor literario de Mórbido. Escribió las obras de teatro “El hombre que fue Drácula”, “La noche que murió Poe” y “Renfield, el apóstol de Drácula”. Condujo el podcast Testigos del Crimen y escribe el blog Horroris causa, convertido ahora en un programa radiofónico. En sus horas diurnas es Perito en Arte Forense de la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal