
Muchos de los mejores momentos de la extinta serie Hannibal (2013-2015), creada para la televisión estadunidense por Brian Fuller, tienen que ver con uno de los talentos –y naturalmente la costumbre que lo define- del protagonista. Las escenas, estupendamente orientadas por el chef español José Andrés Puerta, se encuentran al nivel de los innumerables programas de cocina de nuestros días. No sólo son un alarde de técnica culinaria, sino consiguen abrir el apetito al espectador a pesar de que conocemos el ingrediente principal de sus platillos y por más que tengamos la certeza de que se trata de una obra de ficción. Por eso el virtuoso ganó el merecido crédito de “asesor gastronómico caníbal” de la producción. Antes de iniciar una comilona, el buen Dr. Lecter (Mads Mikkelsen) levanta orgulloso su copa de vino ante sus invitados –sus cómplices involuntarios- y les advierte “nada de lo que hay en esta mesa es vegetariano”.
La antropofagia es el último tabú. Es una práctica censurada y considerada socialmente inaceptable por prácticamente todas las culturas del planeta. Irónicamente, no es considerada un delito según el Código de Procedimientos Penales de nuestro país. Tampoco en Estados Unidos o Inglaterra (conste que no lo digo para alentar a nadie). Para referirse a ella suele emplearse con mayor frecuencia su sinónimo canibalismo, palabra española derivada de caniba, nombre que el explorador Cristóbal Colón dio a los pueblos del Caribe al pensar erróneamente que eran descendientes del gran Kahn de China y que solían alimentarse con carne humana. Se puede hablar del tema desde muchas aristas, desde su presencia en la mitología griega a través de las figuras de Tereo, rey de Tracia, quien se comió sin saberlo a su heredero, o de Tiestes, cuyo hermano gemelo Atreo mató a sus hijos y se los dio como alimento. El poeta Ovidio dio cuenta de lo sucedido a nuestro primer ejemplo. “Tereo devoró a su hijo, y se atiborró con carne de su propia carne”.
Este hecho no es indiferente a las Bellas Artes, como en los tiernos cuentos de hadas de Hansel y Gretel, narración oral recuperada por Giambattista Basile y posteriormente por los hermanos Grimm. Todos recordamos esa historia donde una bruja pretende alimentarse de los dos hermanitos usando como carnada su apetitosa y azucarada casa. A este respecto, y ya que Tim Burton será el centro de una exposición en nuestra capital, conviene recordar uno de sus primeros trabajos: la adaptación televisiva de 1982 de este cuento, clara precursora del “incluyentismo” tan de moda en nuestro tiempo (los protagonistas son niños orientales) y muestra evidente de su estilo visual. O, en el terreno de la Tragedia isabelina, la obra de teatro Titus andrónicus (1584) de William Shakespeare. Siempre me referiré al dramaturgo como el principal antecedente del sanguinolento gore. En este caso, el general romano que da nombre a la obra, como venganza, asesina y cocina a Quirón y Demetrio –hijos de Tamora, Reina de los Godos-, quienes violaron y mutilaron a su bella hija Lavinia, y los da de comer a su propia madre. En una forma aparentemente inofensiva, en su sátira Una modesta propuesta para prevenir que los niños de los pobres de Irlanda sean una carga para sus padres o el país, y para hacerlos útiles al público (1729), Jonathan Swift –creador de los indispensables Viajes de Gulliver– sugiere una alternativa para solucionar el problema de la sobrepoblación: cocinar a los infantes y comérselos. Y de su paso en la cinematografía podría escribir por horas, comenzado con la cruenta Holocausto caníbal (1980) dirigida por el italiano Ruggero Deodato, película precursora del llamado found footage no apta para estómagos delicados. Lo mismo podría aplicarse a casos criminales de la vida real, como la leyenda del inglés Sweeney Todd (recordado como “el barbero diabólico de Fleet Steet”), Albert Fish (el viejo que comía niños), Jeffrey Dahmer, Fritz Haarmann (el carnicero de Hannover), Andrei Chikatilo (el caníbal de Rostov), Issei Sagawa (el caníbal japonés), Armin Meiwes (el caníbal de Rotenburg) o nuestro compatriota Gumaro de Dios Arias (el caníbal de Playa del Carmen).
Sirva todo lo anterior como un aperitivo para invitar a los habitantes de esta ciudad a la nueva obra teatral de mi monstruo de cabecera Eduardo Ruíz Saviñón, La confesión del caníbal, escrita y estupendamente actuada por Sergio Rüed, un inteligente monólogo que revela la compulsión de un individuo por esta ingesta poco habitual. Además, en breve podremos ver la puesta en la pantalla grande. Le sugiero que no se la pierdan. Bon appétit.
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Roberto Coria es investigador en literatura y cine fantástico. Imparte desde 1998 cursos, talleres, ciclos de cine y conferencias sobre estos mundos en diversas casas académicas del país. Es asesor literario de Mórbido. Condujo el podcast Testigos del Crimen y escribe el blog Horroris causa, convertido en un programa radiofónico. En sus horas diurnas es Perito en Arte Forense de la Procuraduría General de Justicia de la Ciudad de México.