
Por Eric Ortiz García
La sensacional secuencia inicial de Blade of the Immortal contiene toda la esencia de esta nueva cinta de época del legendario director japonés Takashi Miike: hermosa fotografía (en blanco y negro durante esta escena), momentos trágicos y ecos de historias clásicas de samuráis, pero al mismo tiempo un humor particular y una buena dosis de violencia sin tapujos, algo que Miike le viene ofreciendo al subgénero desde trabajos previos como 13 Assassins.
En esta ocasión Miike recurre al manga homónimo, el cual gira en torno a Manji, un samurái inmortal. Si bien la inmortalidad es algo que muchos sueñan, el elemento fantástico de Blade of the Immortal surge de una verdadera tragedia para el protagonista, y es visto por él mismo como una maldición. Una misteriosa mujer mayor lo ayudó a recuperarse -usando unos gusanos que pueden curar cualquier herida (incluso una amputación)-, sin embargo en ese preciso momento la vida había perdido todo el sentido para Manji tras el asesinato de una jovencita que, a pesar de no tener un lazo sanguíneo, lo consideraba como su “hermano mayor”. Aquí, el elemento humano va siempre de la mano con lo fantástico.
Como en otros relatos de época, aquí se explora el abuso de los poderosos en un sistema por demás corrupto. El trasfondo de Manji, un samurái que mató a su propio maestro, es de alguna forma similar a una tragedia que ocurre 50 años después: Rin, una niña que desea convertirse en guerrera, atestigua la brutal matanza de su padre y el secuestro de su madre a manos del joven Kagehisa Anotsu y su clan, quienes pretenden convertirse en la única escuela de guerreros y, eventualmente, aliarse oficialmente con el gobierno. De aquí surge el otro tema importante de la película – la venganza – cuando la antes mencionada mujer mayor hace que Rin busque al samurái inmortal para que la ayude a vengar a su familia.
Blade of the Immortal construye una serie de duelos en los que Miike aprovecha a más no poder la noción de que su protagonista es invencible. Es delirante ver cómo en esta ocasión el héroe sufre constantemente de ataques brutales y mortales por parte de sus adversarios (que en su mayoría trabajan para Anotsu). Por la naturaleza de Manji, la violencia que vemos en pantalla es total y deliberadamente desmesurada; hay desde constantes desmembramientos hasta un exceso de armas (¡Manji tiene una espada samurái doble similar al sable de luz de Darth Maul!), algo que poco a poco nos lleva a un gran duelo final, reminiscente de la acción sin parar de la última parte de 13 Assassins, aunque ahora son menos los que pelean contra los numerosos samuráis del gobierno (esto último cuando hay un interesante giro en la trama de Anotsu y su escuela).
Es un espectáculo absolutamente magistral y disfrutable, además de que la relación central entre el carismático Manji y la adorable Rin en todo momento le da un sentido mayor y mucha emotividad a las acciones violentas de gran despliegue técnico. Si el samurái inmortal deseaba morir antes de conocer a esta jovencita, eventualmente volverá a luchar por sobrevivir a cualquier ataque -incluso esos que podrían romper con su “maldición” y reducirlo a un ser mortal- con el único objetivo de proteger a su nueva “hermanita”. La conexión entre este par de personajes es esencial para que Blade of the Immortal sea un filme redondo y prueba de que, 100 largometrajes después, Takashi Miike continúa deleitando por su inherente locura y conectado por su innegable humanidad.