Hace exactamente un año dediqué mi columna, a manera de celebración, al tradicional Día del Maestro. En complemento a lo que expresé entonces, la fiesta –decretada por el entonces presidente Venustiano Carranza el 3 de diciembre de 1917- cumplió su primer centenario de vida este 2018.

Básicamente distingo dos tipos de maestros capaces de marcar tu vida de manera positiva: los que conociste físicamente en las aulas y aquellos –contemporáneos o no- cuya obra te ha influenciado. En mi caso particular, los dos grupos me ayudaron a definir mi camino. Pese a que he tenido la fortuna de desempeñarme en muchos ámbitos, mi predilecto siempre será la docencia. Me brinda la oportunidad de expresar mis obsesiones –a manera de catarsis-, de buscar la manera en que todas confluyan, me permite ser testigo de su evolución y al mismo tiempo me obliga a mantenerme actualizado para dar una visión vigente. A través de dar clases puedo desarrollar un sentido de pertenencia, pues hay más personas interesadas en los temas que estudio de las que se ve a simple vista. Veo esto como un acto de lealtad a las cosas que me maravillaron cuando fui niño.

¿Cómo expresar la inmensa gratitud hacia mis maestros monstruosos? Gracias a Mary Shelley descubrí que lo diferente no es necesariamente maligno y que el peor de los monstruos es el hombre mismo. Edgar Allan Poe me enseñó que podemos convertir una existencia torturada en obras de arte imperecederas. Bram Stoker me mostró la importancia de la amistad y la unión para enfrentar un Mal mayor. Del descubrimiento de Arthur Conan Doyle y Sherlock Holmes aprendí que la búsqueda de la verdad y la justicia, más allá se poder ser una labor remunerada, es una forma de vida. Casi al mismo tiempo, un millonario llamado Bruce Wayne me enseñó que los momentos de tragedia no nos definen tanto como lo que hacemos para enfrentarlos. Y naturalmente, el tío de un joven periodista gráfico dijo algo que se aplica perfectamente a esta actividad. “Un gran poder implica una gran responsabilidad”.

El año pasado recordé el caso de un maestro malvado: James Moriarty, “el Napoleón del Crimen”. Esta vez me referiré a un ejemplo más luminoso: el genio científico y telépata Charles Francis Xavier. Fundador y líder del grupo de heroicos mutantes conocidos como Los Hombres X, resume a la perfección el altruismo y compromiso de la labor docente y figura paterna sustituta. Creado por el generalísimo Stan Lee y el virtuoso Jack Kirby en 1963 –apareció unos meses antes del asesinato de John F. Kennedy-, convirtió su mansión ancestral en el condado neoyorkino de Westchester en una escuela para jóvenes superdotados, un refugio para los que eran como él. Ahí encausaba sus habilidades. Al lado de sus discípulos ha vivido toda clase de aventuras –combatido amenazas humanas, mutantes, extraterrestres e interdimensionales del pasado, el presente y el futuro-. Además, Xavier es parapléjico. Aunque está atado a una silla de ruedas, no recuerdo verlo lamentando su condición ni verla como un impedimento. Junto al abogado ciego Matt Murdock, es el digno representante de todos los que tenemos alguna discapacidad.

Hablar de sus encarnaciones en otros medios sería largo, de los dibujos animados a los videojuegos –muchos de ustedes seguramente recordarán con especial afecto la caricatura transmitida entre 1992 y 1997-. Pero para mí la mejor siempre será la del actor británico Patrick Stewart en la desigual pero entretenida franquicia cinematográfica impulsada por el cineasta Bryan Singer. En la misma, su versión juvenil es interpretada por el actor escocés James McAvoy. Su encuentro en Hombres X: Días del futuro pasado (Singer, 2014), es por demás emotivo. “No es a su dolor a lo que temes. Es al tuyo, Charles. Y tan aterrador como puede ser, ese dolor te hará más fuerte. Si te permites sentirlo, abrazarlo, te hará más poderoso de lo que jamás imaginaste. Es el mejor don que tenemos: soportar el dolor sin rompernos. Y proviene de nuestra parte más humana: la esperanza”. No es un mensaje motivacional. Es una lección de vida.

Si lo vemos en perspectiva, Xavier es un personaje muy acorde a su tiempo. Mientras su filosofía seguía lo predicado por Martin Luther King, el credo y acciones de su némesis Max Eisenhardt –que ha sido conocido como Erik Lensherr pero mejor conocido como Magneto– es más acorde a la del radical y beligerante Malcolm X. En la versión fílmica que acabo de mencionar, Singer y su equipo tuvieron el buen tino de elegir a su paisano Ian McKellen para darle vida. Ambos, buenos amigos en la vida real y reconocidos actores de teatro, dan verosimilitud y dignidad a la dupla.

Y para terminar, hablemos del reverso de la moneda. Nunca he visto a Magneto –mi segundo antagonista consentido en el mundo de los superhéroes– como un villano. Sus motivaciones son completamente legítimas. Haré una apología del personaje en un par de semanas.

Roberto Coria es investigador en literatura y cine fantástico. Imparte desde 1998 cursos, talleres, ciclos de cine y conferencias sobre estos mundos en diversas casas académicas. Es asesor en materia literaria de Mórbido. Escribió la obra de teatro “El hombre que fue Drácula” y es co-conductor del programa de radio “Horroris causa”. Fue Perito en Arte Forense de la Procuraduría de Justicia capitalina.